¿Docentes ideales? - Grupo Colibrí
Somos un pequeño grupo de
educadoras, directivas, especialistas y formadoras organizacionales que,
convocadas por Proyecto R y constituidas en grupo de reflexión, hemos
dedicado algunas noches de septiembre y octubre del 2024 a reflexionar juntas
al respecto lo que podría ser hoy por hoy el o la docente ideal. La duda nos
asaltó de inmediato: ¿podemos pensar en un docente ideal-universal-abstracto?
¿O deberíamos hablar quizá de “docencias”, en plural, de diferentes modelos a
los que se ha de aspirar dependiendo del contexto de nuestra labor?
Como era de esperarse, la imagen
que de inmediato nos vino a la cabeza fue la del docente frente a grupo. Y
desde esa particular perspectiva, las cualidades que antepusimos fueron sus
valores, actitudes y habilidades socioemocionales, pues consideramos que esta
dimensión de su perfil, más vinculado al saber-ser, es la que, biográficamente,
condiciona en mayor medida el resto de sus capacidades.
Convenimos así en que, hasta
cierto punto, sin importar cuántos conocimientos, habilidades y destrezas
pedagógicas o tecnológicas se tengan, lo primero que el docente pone en juego
es su calidad como persona. Algunas de las más esenciales: la honestidad, la
ética, la empatía, la responsabilidad y la apertura para trabajar en forma
colaborativa.
Estas cualidades se tornan aún
más críticas cuando, como hoy, la exigencia es abordar el trabajo no solo
desde las aulas, sino desde las comunidades, colocando al centro problemáticas
que atañen a todos los participantes del hecho educativo, y en donde es
imprescindible que el docente favorezca la gestión de dichas problemáticas de
manera eficiente y asertiva. Desde luego, también resultan clave conocimientos
como neurodesarrollo, tendencias pedagógicas, tecnología educativa, procesos e
instrumentos de evaluación, atención a la diversidad, desarrollo psicosexual de
los estudiantes, etc., u otro tipo de habilidades como la organización, la
resiliencia o la creatividad.
Sin embargo, invitadas a ir más
allá, nos percatamos de que comprendemos mejor la complejidad del desafío
docente (y de sus horizontes), si tomamos plena conciencia de que la díada
educador-educando sólo es una parte del entramado en que discurre la acción
docente. La educadora, el educador, es también un compañero, y saber ser buen
compañero, saber construir comunidad, exige de él y de ella otro tipo de
capacidades, como comunicación y liderazgo, confianza en sí mismo y en los
demás y valores como la honestidad, la justicia, la generosidad, la gratitud y
la perseverancia.
Por otra parte, reconocemos que la
tarea del educador no se hace en el vacío. Aun cuando consideremos nuestro
oficio un arte, es una realidad que en la inmensa mayoría de los casos
desplegamos nuestra labor al interior de organizaciones, y las organizaciones,
sin dudas, tienen su propia lógica, y ésta, a menudo, es una lógica dura. Esto
es así en el caso de las instituciones educativas públicas, con sus propias
normas, exigencias, condiciones y narrativas, y también lo es para el caso de
las instituciones privadas, en las que se agrega la dimensión empresarial,
también con sus particularidades.
Entre los desafíos habituales que
enfrenta el educador en la escuela pública se encuentran el frecuente abandono
de los chicos por falta de recursos económicos, la ausencia de progenitores
trabajando en extensos horarios para proveer el sustento familiar, la falta de
estimulación en muchas áreas de desarrollo, una mayor incidencia del embarazo temprano en
donde los chicos quedan a cargo de los abuelos, el desconocimiento y la
dificultad para lograr la atención de sus hijos por parte de algún especialista
(paidosiquiatra, neuropediatra, neuropsicólogo, terapeuta, etc).
La educación privada desafía al
educador de muchas otras formas, por ejemplo, la exigencia de alinearse a las
normativas de la empresa sin renunciar a sus propios principios y valores, es
decir, logrando que haya un encuentro de construcción y no un acto de sumisión.
O los condicionamientos que surgen de la desmedida atención que se otorga a las
expectativas de los padres de familia por el hecho de que cubren una
mensualidad, lo que a veces incluso afecta la posibilidad de otorgar
calificaciones bajas aun cuando sería lo adecuado. Reflexionamos también acerca
de la resistencia que muestran los padres para aceptar que deben hacer
modificaciones sustanciales a sus dinámicas familiares para que el desarrollo
de sus hijos sea el óptimo, o el recorrido interminable que hacen estos mismos
padres de especialista en especialista buscando explicaciones de lo que ocurre
con su hijo fuera del contexto familiar, eludiendo así sus responsabilidades.
Ello sin olvidar la sobre exigencia que a menudo tanto los directivos, como
los padres de familia, ejercen sobre los chicos en aras del alto nivel
académico.
Reconocimos, asimismo, que la
misión de educar se ejerce en los más diversos contextos: en la escuela pública
y privada, en cada nivel de la educación básica y media, en las universidades,
en la educación popular, en la educación comunitaria, en las calles, en la
empresa… Todas y todos ellos educadores, animados por sus propios sueños y
abrumados por sus propios problemas, a menudo…en soledad, incomunicados. ¡Que
este espacio sea una invitación al diálogo! Esta diversidad también se
manifiesta en la gran y colorida diversidad de vocablos que utilizamos para
referiros al docente: maestro, educador, guía, facilitador, instructor, vocablos
que revelan la coexistencia de múltiples visiones y modelos educativos, y las
formas en que las escuelas los comprenden y anhelan.
En este punto hemos hecho un alto
importante. Pudimos percatarnos de que todas las anteriores consideraciones nos
hablaban de una intencionalidad básica: que la docente, que el docente, cumpla
con los más altos ideales. ¿Pero acaso esto no reduce el ser docente al
imperativo de ajustarse a un molde preconcebido? ¿Y qué hay de la capacidad innovadora
del docente? ¿Qué hay de la función transformadora de la educación?
Esto nos hizo pensar en el
docente disruptivo, en ese docente que en mayor y menor medida busca romper con
lo establecido, con la tradición, con la norma, buscando repensar la educación
y el mundo en sus propios términos, en otros términos. Nos hizo pensar en el la
ortodoxia y en las múltiples heterodoxias. Pensando en ello, nos dimos cuenta
de hasta qué punto, a lo largo de nuestras trayectorias, hemos podido sacar
adelante pequeños o grandes proyectos de innovación. Pero al mismo tiempo de
hasta qué punto la escuela, las instituciones y el sistema educativo entero
asfixian toda iniciativa de cambio.
¿Qué hemos hecho cuando hemos
tenido éxito? Algunas de las respuestas que nos dimos fueron:
atrevernos a subrayar enfoques paidocéntricos y actuar desde todas las
instancias en función de lo que cada niño requiere desde el desarrollo; o apostarle
a la inclusión entendida ésta no como la atención exclusiva a la diversidad
funcional, sino a las diferencias de todos: estudiantes, padres, profesores,
directivos…
Asimismo, fuimos capaces de
reconocer que, como directivos, a veces hemos sabido favorecer la innovación, apoyar
al maestro disruptivo, haciendo cosas como confiar en sus propósitos, darles
libertad y al mismo tiempo el acompañamiento que necesitan. Cuántas veces, sin
embargo, movidos por preocupaciones administrativas, o intentando cumplir con
las disposiciones (muchas veces arbitrarias) de las autoridades, o con las
expectativas de los padres, hemos sido nosotras mismas quienes nos hemos
constituido en fuerzas que frenan los procesos de innovación, incurriendo en
errores como priorizar los planes y programas, desoyendo las necesidades de los
estudiantes, docentes y comunidad.
Analizar las dificultades por las
que atraviesa el maestro innovador nos llevó finalmente a reconocer la
educación como un campo con fuerzas en pugna, en donde conviven, colaboran y
compiten diferentes visiones. Es fundamental integrar esta visión del conflicto
en el análisis de los que debe ser una docente o docente ideal, pues
desconocerlo sería tener una visión ingenua de la condición educadora. Y una
visión limitada de la innovación a lo meramente pedagógico, cuando el hecho
educativo es mucho más amplio y complejo que lo que pasa al interior de un
aula. Estas fuerzas están en las personas, en las aulas, en los patios, en las
direcciones, en las inspecciones, en las comunidades, en los padres de familia,
en las calles, en la opinión pública…
Así las cosas, hemos llegado a la
conclusión de que es necesario desarrollar una visión amplia y compleja de la
labor docente si queremos contribuir a su desarrollo y a la reflexión sobre
nuevos ideales de docencia. Una visión reduccionista que desatienda las
diferentes realidades del docente y sus contextos, que no logre ver más allá de
la dimensión pedagógica de su labor, una visión escolarizada, una visión
reducida al binomio educador-educando que ignore al conjunto de actores que
participen en el fenómeno educativo, una visión que ignore las fuerzas en
conflicto con las que continuamente debe lidiar, difícilmente podrá permitir
una formación más adecuada de futuros docentes y la emergencia de prácticas
educativas innovadoras con posibilidades reales de tener éxito.
Paloma Inés Pereda
Alardín
María Luiza Zavala Alardín
Con la colaboración de:
Socorro Pérez Cosgaya
Mónica Gabriela Chávez Rodríguez
Facilitador del grupo desde Proyecto
R
Gonzalo Zavala Alardín
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